Que la fuerza nos acompañe

Me levanto en uno de los días más anhelados de mi pasado reciente. Con tiempo de sobra, tengo que salir de aquí impoluto, y no quiero darme ninguna prisa, eso me pondría nervioso, algo que no va con mi carácter, más acorde a lo que muchos de mis amigos llamarían "huevón". En el breve trayecto en coche que me lleva hasta Baeza, mi mente vuela feliz. Mi novia me acompaña; esto es importante porque hay momentos en los que preferiría que estuviéramos juntos dando un paseo, y sin embargo parece que es más importante que esté por ahí con unos colegas en un bolo y diciendo bastantes barbaridades. Pero también sabe que éste es un momento muy especial y comprende que tenga unas enormes ganas de reencontrarme con mis tres compañeros de cuerda y con todos los demás.

Y así llegamos a los preparativos del concierto, en los que gracias a la enorme dedicación de unos pocos compañeros a los que los demás no se lo sabremos agradecer bastante, todo está perfecto para montar nuestros atriles, acomodar nuestros puestos, y admirar lo guapísimas que están nuestras compañeras. Algunos compañeros están nerviosos. Otros estamos más tranquilos. Todos estamos ilusionados, como hacía mucho tiempo que no estábamos. El momento se acerca, mientras esperamos en la calle, y al volver al escenario resulta que el auditorio está hasta la bola. Sé que el concierto va ser grandioso, no puede ser de otra manera, y los que han venido a verlo también lo saben porque lo ven en nuestras expresiones. Y la música comienza.


Habitualmente ocurre que en las ocasiones en que asisto a un concierto como público -sigo acudiendo a la clausura del Taller Provincial de Música de Baeza, después de tantos años- paso mucha envidia porque donde disfruto es en el atril y al compás de la batuta. Pero en esta ocasión envidio estar en la parte más alejada del público para apreciar la sonoridad del conjunto en todo su esplendor. Porque desde dentro ya es espectacular. Y así, pieza tras pieza, frase tras frase, me siento más y más satisfecho, hasta la apoteósis final.

Estoy exultante de alegría, lo último que esperaba ver es a algunos de los compañeros, más grandes que Barcelona, llorando como magdalenas, pero comparto su emoción porque se debe a la felicidad, a la felicidad de recoger el fruto de meses de esfuerzo, esfuerzo aumentado por la ruptura con un pasado que otros no hemos tenido que vencer, por lo que debemos quitarnos el sombrero en señal de respeto, reconocimiento, admiración y solidaridad.

Pero ahora es el momento de alegrías, alborozos, bromas y fotos de familia. Parece que nadie tenga prisa por irnos de aquí. Mientras, las personas que nos acompañan en la salida del auditorio nos felicitan por la grandeza del concierto. Incluso mientras llego al coche hay personas en la calle o en el bar que nos brindan su felicitación, y también al llegar al restaurante. Éste también es un momento muy especial. Vuelvo a revivir las sensaciones de aquellas cenas de los conciertos de los talleres provinciales, con jóvenes promesas y con grandes profesionales con los que no tenía el placer de compartir un concierto desde hacía nueve años o más, poco más hay que añadir. Mientras, las parejas de los mayores sacuden la cabeza, riendo, "éstos ya no saben hablar de otra cosa".

Pasada la comida y la barra libre, todavía hay muchos que no tenemos ganas de irnos, y como parece que no nos hemos hartado de música, nos vamos a un local que rezuma música en todas sus paredes, hasta que, poco a poco, nos va venciendo el cansancio de un largo día. Un largo día de ilusiones satisfechas.

Pero el miércoles nos veremos otra vez, y seguiremos preparando más conciertos y otras actuaciones, porque esto ya no hay quien lo pare. No está todo hecho, ahora hay que obtener unos apoyos que no será fácil conseguir, y para esto la grandeza del concierto de este domingo será una de nuestras bazas. Pero más importante aún será la constancia y la ilusión en este bonito proyecto, en el que todos somos necesarios.

Que la fuerza nos acompañe.

Angel Joaquín Jódar Reyes. Trombón.


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